El día que nací mi abuelo materno prometió dejar de fumar y cada cumpleaños se despliega el ritual en el que él me agradece haber recuperado calidad de vida y yo a él la responsabilidad de jamás poner un cigarrillo en mi boca, y esto es así porque ambos sabemos, como muchos hoy en día, que el humo del tabaco es dañino para quienes están expuestos ya sea activa o pasivamente.
Sin embargo, dimensionar el nivel de daño del tabaco no ha sido fácil. La historiadora Naomi Oreskes en su libro “Merchants of the Doubt” del 2010 ha expresado que las estrategias para minar el consenso y sembrar dudas en debates como el tabaco e incluso el cambio climático, han contribuido a la desinformación y al retraso en la toma de medidas eficaces.
Aunque más de 8 millones de personas mueren cada año a causa del tabaquismo, según informa la Organización Mundial de la Salud, podemos decir que hay un elevado consenso en la comunidad científica en reconocer la relación directa entre consumo de tabaco y el desarrollo de diversas enfermedades incluso la posibilidad de desarrollar cáncer. Por otra parte, el Convenio Marco de Control del Tabaco de la OMS, del que 182 países son miembros, ha contribuido a que los Estados tomen medidas y que la población en general reconozca este impacto. Lamentablemente, Argentina todavía no lo ha ratificado.
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Lo que mi abuelo y yo no sabíamos hasta hace un par de años, es el impacto que el tabaco tiene en la salud de quienes lo cultivan. La producción tabacalera en Argentina se encuentra comprendida en siete provincias (Jujuy, Misiones, Salta, Corrientes, Tucumán, Catamarca y Chaco) y posee significativa importancia para las economías regionales del Norte del país.
Situación en las provincias
Las provincias de Jujuy, Misiones y Salta concentran el 90% de la producción, pero sólo en la provincia de Misiones se encuentran el 72% de los tabacaleros registrados según datos del Ministerio de Agricultura Ganadería y Pesca en los últimos informes publicados, correspondientes al año 2018.
Los productores tabacaleros misioneros son minifundistas, el 97% posee no más de 5 hectáreas y las labores son conducidas por mano de obra familiar. El investigador Sebastián Gómez Lende en “Usos del territorio, acumulación por desposesión y derecho a la salud en la Argentina: el caso del cultivo de tabaco Burley en la provincia de Misiones” describe que la dinámica contractual de esta actividad deja escasa autonomía y una alta incertidumbre para el productor ya que en el contrato se establece el compromiso de otorgar un volumen determinado, no comercializar por fuera de este, sin fijarse el precio final y sujeto a descontar los insumos proporcionados por la compañía.
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Además, expresa que el tabaco suele exigir dedicación completa e intensiva durante todo el calendario agrícola, y que a su vez la escasa o nula capacidad de ahorro y capitalización del productor y la condición de principal (generalmente única) fuente de renta, implica en muchos casos no sólo las labores del jefe de familia sino la participación de su mujer e hijos.
A esta vulnerabilidad que podríamos categorizar como socioeconómica se suma el deterioro de la salud, principalmente por la elevada exposición a agroquímicos que se manifiesta en: afecciones respiratorias severas, malformaciones cardíacas y renales congénitas, epilepsia, trastornos metabólicos y endocrinos, infertilidad masculina, abortos espontáneos, ceguera, parálisis cerebral, retraso madurativo y psicomotor, microcefalia e hidrocefalia, discapacidad intelectual, síndrome de Down, fisura labio-palatina, mutaciones genéticas (teratogénesis), miastenia gravis, ictiosis, linfomas, leucemia y otros tipos de cáncer como el de piel.
Asimismo, la antropóloga Carolina Diez en su libro “Tabacaleros: Trabajo rural y padecimientos” ha descrito los malestares expresados por los tabacaleros según la fase productiva: en la fase de plantar registra envenenamientos, entumecimiento de manos y afecciones de la vista; en la fase de cuidar manifiestan cansancio por uso de herramientas, heridas, intoxicaciones y manos pegajosas; y en la cosecha, lesiones en las manos, náuseas, alergias del polvillo del tabaco, dolores en la cintura y mareos por el olor de las hojas.
Esta intoxicación por absorción cutánea de la nicotina en la manipulación de la hoja durante la cosecha se conoce como Green Tobacco Sickness.
La doble paradoja
A pesar del reconocimiento por parte de los mismos productores de los padecimientos que causa el tabaco, la decisión de continuar plantando está altamente influenciada por el acceso a la obra social, paradójicamente necesaria para hacer frente al deterioro de la salud producto del propio cultivo. En general, las investigaciones y la experiencia puntual que llevamos a cabo desde Sustentarte demuestran que la realidad es sumamente compleja y diversa, siendo la salud un aspecto insoslayable en los procesos de diversificación y reconversión.
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El Fondo Especial de Tabaco (FET), creado por la Ley 19.800 en el año 1972, es el eje articulador de la política tabacalera nacional y el que, entre otras funciones, asegura el sobreprecio al productor y destina fondos al pago de obras sociales. Lo doblemente paradójico está dado por el hecho de que la recaudación del FET deriva principalmente de la aplicación de un impuesto a los cigarrillos al consumidor final, mismo destinatario de las medidas, aunque insuficientes, de desaliento al consumo.
Si se tiene en cuenta que el tabaco mata a la mitad de sus consumidores y que, aun siendo alta en el país, la prevalencia de consumo ha ido descendiendo lentamente a lo largo de los años (la 4° Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR) publicada en 2019, evidencia un 25% de reducción relativa respecto de la ENFR de 2005) se hace evidente que la vulnerabilidad de las familias se agudizará mientras se mantenga el statu quo.
Adaptación climática y salud de los ecosistemas
A su vez, los efectos del cambio climático y la degradación del ambiente nos obligan a no dilatar la acción. La mayor frecuencia de fenómenos climáticos extremos producto del calentamiento global como las olas de calor, los cambios en los patrones de lluvia, las tormentas intensas, inundaciones y sequías socavan aún más las oportunidades de prosperidad de las familias que dependen exclusivamente de la tierra como sustento, especialmente aquellas en las que los recursos han sido deteriorados por prácticas no sustentables, como la deforestación y la contaminación química.
Por esta razón, cuando diseñamos una prueba piloto, en conjunto con Cáncer con Ciencia de la Fundación SALES, de diversificación y paulatino reemplazo pensamos en un modelo que permitiera brindar sustento económico a la vez que se mejoran las condiciones ambientales y se garantiza el cuidado de la salud.
El bambú, es un recurso naturalmente adaptado a esta variabilidad climática y no requiere agroquímicos para su cultivo. Integrarlo a otras actividades productivas en las chacras o aprovechar de manera sostenible los bambusales existentes les permite a los productores un abanico de posibilidades más amplio, en tiempos de incertidumbre es bueno “no poner todos los huevos en la misma canasta”. Esto mismo es lo que se evidenció en la experiencia de sustitución llevada a cabo en Kenia.
Por un lado, propició beneficios ambientales como la protección de los cursos de agua y la regeneración del suelo; por otro, además de triplicar los ingresos, los productores involucrados reportaron haber obtenido más tiempo para el esparcimiento, la educación y la participación comunitaria implicando una mejora sustancial en la salud, en los términos en los que la define la OMS: un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.
*directora operativa de la Fundación Sustentarte.
Fuente: Diario Perfil